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EDUCAR EN LA ERA DE LA POSVERDAD

  1. El relativismo conlleva una revolución pedagógica. Tradicionalmente la formación consistía en la transmisión de los conocimientos naturales, culturales y revelados a través de la familia, la escuela y la iglesia. El relativismo rechaza que la verdad esté dada en la naturaleza: lo cual se manifiesta muy explícitamente en la ideología de género. Tampoco se admite una revelación divina de contenido positivo y moral. Y, por supuesto, no se siente vinculada por la tradición y las realizaciones históricas.

  2. Además, la personalidad relativista está orientada a la satisfacción de las necesidades vitales individuales. Es hábil en el ejercicio práctico de la razón, pero es torpe en el especulativo. No está dotada para la abstracción, el razonamiento riguroso, el esfuerzo no sensiblemente recompensado, el reconocimiento de la autoridad, el cuidado de las formas… El creciente fracaso escolar se combate con nuevas leyes y medios educativos, pero no se reconoce la raíz antropológica del problema.

e-ducere

  1. Por debajo de toda cultura permanece la persona. La naturaleza es tozuda, y resiste la violencia ideológica. En estos tiempos pre post-relativistas, los principales puntos de apoyo para la educación de los hijos son los propios hijos. Poseen un principio espiritual, intangible pero más real que los pulmones o el corazón. Ahí radica su innata capacidad para realizarse como persona, si se dan las debidas condiciones. Ellos son los protagonistas de la formación, poseen los motores necesarios; los padres y educadores, y el entorno, son únicamente colaboradores.

  2. La psicología experimental deduce la existencia de múltiples facultades en la persona, algunas en común con otros grados de vida y otras exclusivas del hombre: inteligencia, voluntad, sentidos externos, sentidos internos, tendencias, sentimientos… El “yo” personal no radica únicamente en el pensamiento, sino también en la libertad y en el amor. Razón, voluntad y corazón son los tres centros espirituales que constituyen conjuntamente el centro radical que es el propio “yo”. A esas tres facultades se ha de dirigir la formación. No para pro-ducirlas, puesto que ya están ahí, sino para e-ducirlas: para crear las condiciones en que se puedan desenvolver sanas y fuertes. A eso se dirige el fomento de las siguientes actitudes básicas.

ASOMBRO

  1. El asombro es un deseo natural de conocimiento. Es una manifestación del principio espiritual de la persona: nacemos con él.

  2. Pero el niño aprende a explorar el mundo de la mano del cuidador. Este es el vínculo de confianza que le permite soltarse. Si no, le faltaría seguridad y se cerraría al mundo. Santo Tomás distingue dos formas de aprendizaje: el descubrimiento y la transmisión de conocimientos. La forma fundamental es la primera, y sobre la experiencia se asienta la segunda. Por eso hay una diferencia esencial entre “inculcar” y “e-ducar”.

  3. Inculca quien desde fuera pretende que el niño aprenda, a base de: a) sobre-estímulos, que producen adicción y aburrimiento cuando cesan; b) castigos, que impiden la libertad necesaria para interiorizar.

  4. Educa quien crea las condiciones necesarias para que el niño desarrolle su asombro natural:

    • el juego con reglas;

    • el realismo de la disciplina, el esfuerzo, el tiempo, los límites…;

    • el contacto con la naturaleza;

    • el silencio;

    • el sentido del misterio, que no es lo se entiende sino lo que no se acaba de conocer;

    • la humanización de la rutina y su transformación en rito;

    • el respeto de sus ritmos vitales…

Si todo ello va acompañado de belleza (no esteticista, sino buen gusto, sonrisa, naturaleza…), al contacto con la verdad el niño alcanza el aprendizaje interior, y al contacto con la bondad la acción interior. 

  • El asombro equipa frente al aburrimiento, dispone ara la lectura y el arte, sensibiliza para el amor y la amistad, abre a lo suprasensible y al misterio… En definitiva, poseerá una racionalidad no meramente funcional.

EMPATÍA

  1. La afectividad es una realidad básica y compleja a la vez. Se puede distinguir afectividad:

    • Corporal: sentimientos sensibles (un dolor de cabeza) y corpóreos (el cansancio);

    • Psíquica: emociones, sentimientos y pasiones que experimento ante la realidad. Posee un contenido intencional. Es el modo de sentir las tendencias. Revelan algo sobre el objeto desencadenante y sobre la persona que siente.

    • Espiritual: la respuesta interior a los valores, o a la relación personal, o a Dios. El objeto desencadenante tiene carácter de don o regalo, no cae bajo el control de la libertad. Hay muchas realidades que tienen un rango superior a las cosas que nos podemos dar a nosotros mismos y que tienen el carácter de un regalo de Dios. En la esfera sobrenatural, la gracia es un don absolutamente inmerecido y completamente inaccesible a nuestra libertad. En el ámbito natural, el genio artístico o el talento intelectual también son dones. Lo mismo ocurre con muchas experiencias afectivas, como la contrición profunda, el don de lágrimas, un amor ardiente y profundo, la conmoción ante una pieza de música sublime o al ser testigos de un acto de caridad sobreabundante. A esta afectividad espiritual es a la que se denomina “corazón” cuando se dice que una persona vale lo que vale su corazón.

  2. El niño se abre a esta afectividad espiritual de modo natural a través de:

    • la com-pasión: sentir como propia una realidad ajena, sentirse solidario con las ilusiones y necesidades del mundo en general, y de las personas concretas en particular. Cuidado de los hermanos, servicio en casa, obras de caridad, lectura común de los acontecimientos, amistad sacrificada… Hace falta una nueva creatividad de la caridad. Iniciativa de la ONG Desarrollo y Asistencia: un sábado por la mañana al mes las familias recogen a un niño con deficiencia psíquica y juntos pasan la mañana, para que puedan descansar los padres del niño…

    • la armonización entre la alegría de pertenecer a la minoría sociológica de los amigos de Cristo y el amor a la ciudadanía global. Vivir la fe como alegría. Comprender el pluralismo cultural. Deseo de ayudar en las necesidades espirituales de los amigos. Navegar juntos por internet.

  • La empatía abre horizontes al idealismo, y estimula el esfuerzo de la formación durante  la infancia y la juventud. 

DESEO

  1. El deseo tiende a bienes concretos. El dinamismo del deseo nos pone ante el misterio de qué es de verdad “el” bien capaz de saciarnos[1]. Esta experiencia del «corazón inquieto» atestigua que el hombre es, en lo profundo, un ser religioso, un «mendigo de Dios»[2]. BXVI propone una pedagogía del deseo, que comprende dos aspectos.

  2. En primer lugar aprender el gusto de las alegrías auténticas de la vida. No todas las satisfacciones producen en nosotros el mismo efecto: algunas dejan un rastro positivo, son capaces de pacificar el alma, nos hacen más activos y generosos. Otras, en cambio, tras la luz inicial, parecen decepcionar las expectativas que habían suscitado y entonces dejan a su paso amargura, insatisfacción o una sensación de vacío[3]. Dios es el punto de fuga que permite apreciar la profundidad de cada cosa.

  3. Un segundo aspecto, que lleva el mismo paso del precedente, es no conformarse nunca con lo que se ha alcanzado. Precisamente las alegrías más verdaderas son capaces de liberar en nosotros la sana inquietud que lleva a ser más exigentes —querer un bien más alto, más profundo— y a percibir cada vez con mayor claridad que nada finito puede colmar nuestro corazón.

  • En definitiva, la pedagogía del deseo enseña la diferencia que hay entre “placer”, “alegría” y “felicidad”. Estimula la fuerza de voluntad. Plantea la cuestión del "fin último" de la propia vida. Realza el valor primordial de la familia.

 

[1] A través del amor, el hombre y la mujer experimentan de manera nueva, el uno gracias al otro, la grandeza y la belleza de la vida y de lo real. Si lo que experimento no es una simple ilusión, si de verdad quiero el bien del otro como camino también hacia mi bien, entonces debo estar dispuesto a des-centrarme, a ponerme a su servicio, hasta renunciar a mí mismo. El éxtasis inicial se traduce en: purificación de lo que quiero, entrega de sí, reencuentro con uno mismo, y conciencia del misterio que envuelve la existencia (nostalgia de un amor infinito y eterno). Se podrían hacer consideraciones análogas a propósito de otras experiencias humanas, como la amistad, lo bello, el conocimiento…

[2] En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna (Juan Pablo II, JMJ 2000).

[3] Educar desde la tierna edad a saborear las alegrías verdaderas, en todos los ámbito de la existencia —la familia, la amistad, la solidaridad con quien sufre, la renuncia al propio yo para servir al otro, el amor por el conocimiento, por el arte, por las bellezas de la naturaleza—, significa ejercitar el gusto interior y producir anticuerpos eficaces contra la banalización y el aplanamiento hoy difundidos.

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